Se trata de la valoración que hacemos a la labor o actividad que realizamos, en nuestro quehacer cotidiano, no valoramos el arte en lo que se hace (aquella que nos da una alegría interior y una sonrisa exterior) si no lo que en verdad nos enseñan es que sin el reconocimiento (social, cultural, familiar) de nuestra actividad no somos nadie y no valemos, por lo que concluimos que nuestra labor (vocación) no es importante, porque no tiene el reconocimiento de los demás, cuando en realidad la labor que realizamos, en si debería ser lo mas importante, en la medida que nos aporta una felicidad intrínseca , la alegría de ser nosotros mismos.
Deberíamos laborar, no para el reconocimiento, sino por el disfrute que tenemos de la creatividad en el ejercicio del mismo y por la felicidad (amor) que nos produce realizarlo.
Es muy fácil caer en la tentación de cambiar nuestros principios y valores intrínsecos cuando hay que alimentar una familia o cuando la convicción en nuestros valores internos (que aporta esa cuota de felicidad que da el hacer las cosas que queremos) es tambaleada con una pregunta artera y venenosamente terrena, como la serpiente del paraíso bíblico ¿estaré haciendo lo correcto? Y si es así, ¿por qué el cielo no me responde?, si es que lo que hago es lo que me hace feliz, ya que según los gurúes de la las leyes de la abundancia ésta debería darme los benéficos materiales en contraparte, pues el universo siempre secunda con prosperidad cuando obramos según nuestro corazón.
Continuamente leemos artículos y escuchamos conferencias convocando al ser uno mismo, en la práctica de la vida real es muy difícil puesto que nos encontramos con la pared de los convencionalismos socio-culturales y las limitaciones de las oportunidades laborales, con un pensamiento anárquico podamos pensar que eso no es importante pero vemos su peso aplastante su fuerza y contundencia sobre todo en nuestra realidad material.
Pues si lo que haces no es reconocido apreciado por la sociedad de consumo, no tienes para comer, para vivir ni para que los tuyos sobrevivan.
¿Como responder a esto?, pues no hay una respuesta única, si no, posibles adaptaciones según las capacidades de cada uno.
Algunos espíritus radicales y fieles a su interior no transan con la idiosincrasia predominante y prefieren aún suicidarse a vivir ejerciendo una actividad que no sea la que su corazón les manda, como por ejemplo es el caso del pintor Vincent Van Gogh.
Otros recién reciben el reconocimiento cuando en el extranjero su obra es reconocida y lo de “nadie es profeta en su tierra” se cumple, o después de muertos, como fue el caso de Modigliani.
Sea como fuere estos hombres de una manera extrema o de otra viven según sus ideales, la gran mayoría se niega esa oportunidad, teniendo que vivir negando su propio yo, mintiéndose a si mismos, pero aunque razonen diciendo que eso es lo único con lo que podrían vivir aceptablemente no pueden engañar a su inconsciente, el cual les pasa una factura a través de las enfermedades que pertenecen a nuestra cultura como es el estrés, el alcoholismo, la drogadicción, enfermedades cardíacas, alzhéimer, las enfermedades autoinmunes, etc. la famosa crisis existencial, es el reflejo externo de nuestra crisis interna, porque aunque nos engañemos razonando nuestra conveniencia, no podemos traicionar al sentir de nuestro interior ( “no hay corazón traicionero para su dueño”) y a la larga esa desavenencia entre nuestro sentir y pensar se expresa en el campo de su expresión (su mecanismo de acción) nuestro cuerpo, es por ello que es necesario comenzar a ejercer poco a poco el sentir de nuestro ser, destinando diariamente un porcentaje de nuestro tiempo a ejercer nuestra vocación así paulatinamente le daremos más espacio a nuestro ser, nuestra verdadera entidad, que paulatinamente nos permitirá vivir en la alegría que se da en el hacer según nuestro sentí-pensar.

¡Feliz día del laborante! . …Eduardo Buenaventura Díaz
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