En un día cualquiera para un niño, es normal que caiga jugando, se levante raudamente y vuelva a caer, pero yo no era de esos niños.
Al año y dos meses de nacido, mientras intentaba caminar equilibrando mis piernitas, mis padres se enteraron de que tenía una enfermedad congénita llamada Encondromatosis Multiple, la cual afecta la parte ósea, produciendo protuberancias y descalcificación en los huesos. Los médicos informaron que tenían que esperar a que tuviera cinco años para poder operarme, lo cual hacía más grande la desesperación y angustia de mis padres.
Recuerdo en algunas reuniones familiares escuchar a gente decir; ¿pero qué paso?, si sus hermanos nacieron sanos. Yo ya iba al nido y muy por el contrario a estar triste, era Feliz. Tenía compañeros que jugaban conmigo, reía sin parar, y mis cachetes eran los engreídos de las profesoras que pugnaban por pellizcármelos y conseguir de mí una sonrisa tierna, pura e inocente, esa de los niños de cinco años.
La edad pactada por los médicos había llegado, eran como los deditos de mi pequeña mano ,5 años cumplidos y así fui trasladado al “Hogar Clínica San Juan de Dios” donde me realizaron la primera operación que fue suspendida al poco tiempo de iniciada por una hemorragia interna severa. Esta operación se programó para medio año después, pero por casualidades del destino mi médico de cabecera, Orestes Suárez, médico traumatólogo también del club Alianza Lima dejó de existir en ese fatídico accidente del fokker que se llevó a los blanquiazules para nunca más devolverlos.
Por estos años mis padres no tenían confianza con otros médicos; para ese entonces mi padre, se había recibido en la Marina de Guerra del Perú y era personal subalterno, lo que me dio derecho a percibir los servicios del Centro Médico Naval, donde mi caso pasó a manos de otros médicos; ellos dieron la orden, es así que transcurridos 8 meses después de la frustrada intervención quirúrgica, ingrese nuevamente a sala de operaciones, donde mi cadera no tuvo complicaciones en el proceso post operatorio. Pero mi Encondromatosis Multiple, no dejaba que mis huesos se calcificaran como era debido y seguían permitiendo las fracturas en ellos. Mi etapa primaria la pasé de yeso en yeso, con las firmas de todos mis amigos en el. Tres fracturas, dos en casa y una en el colegio a los seis, ocho y diez años me hicieron sentir un poco triste, tenía que cuidarme, recuerdo a mi madre llevándome en sus brazos con la pierna fracturada desesperada por conseguir un taxi, sentía como su corazón palpitaba muy fuerte. Me sentía un poco triste por mi enfermedad, no porque me sintiera diferente o extraño, sino porque no podía ir tras un balón y eso me daba mucha nostalgia.
Entre operación y operación, yo iba creciendo pero mi pierna derecha no crecía acorde conmigo, en esas operaciones se iban corrigiendo esa disminución. Ya me era usual pasar por los riesgos quirúrgicos, (cardiología, neumología, laboratorios, etc.), recuerdo los nombres de casi todo el staff de traumatólogos, médicos, enfermeras y auxiliares del hospital, eran otra familia para mí, pero entre ellos brillaba una persona sumamente importante para mí, mi madre. Ella no faltaba ni un solo día al hospital, llevando entre sus cosas aquellos dos alimentos que eran mi delirio, la leche y mi pan con jamonada. Tampoco olvidaré a mi tío José, a quien le puse el apelativo de “rambo”, porque fue una vez a visitarme al hospital vestido de militar hasta los dientes. Y como todo niño yo presumía con mi amiguitos de cuarto, diciéndoles que él en cada bolsillo tenia pistolas, granadas, que risa me da al recordar esas miradas de asombro y el clásico “asuuuuuuuuuuuuu……..”.
A pesar de pasar muchos meses en el hospital, siempre fui un alumno aplicado, llegaba al colegio luego de dos meses en el hospital y en una semana estaba al día de todas esas clases perdidas. Recuerdo a mis profesores ponerme como ejemplo para mis compañeros que eran un poco relajados, pero nunca mi enfermedad fue impedimento para salir adelante y lograr las metas que me había trazado.
Ya en secundaria, algo marco realmente mi vida, se atrofiaron las venas de mi pierna derecha, la sangre no las irrigaba producto de ello se produjo una Gangrena, recuerdo a mi madre saliendo del consultorio del doctor llorando, en ese mismo instante el doctor me dijo que tenía que tomar una medida, entre vivir o dejarme morir. Recuerdo las palabras del médico diciéndome: ¡Hijo, tu prefieres morir y causarle una pena muy grande a tu madre, o vivir con una pierna!, Tenía doce años, fue una de las más grandes decisiones que a mi corta edad me toco decidir. Doctor deseo vivir, fue mi respuesta, y seguidamente le pregunte si podría volver a jugar fulbito, recuerdo que el galeno me miró y con una sonrisa en su rostro me dijo claro que sí, yo se que lo lograrás.
En mi mente tengo grabada como si fuera mi fecha de nacimiento el día 6 de mayo de 1992, aquella fecha imborrable cuando me amputaron la pierna, porque sino moriría en tres meses. Perdí el colegio por un año y tuve que adaptarme a mi nueva vida; aprender a movilizarme con las muletas me costó un poco, al comienzo me caía, pero era más mi constancia, que me levantaba, empuñaba mis muletas y con ellas seguía adelante.
Ya en la secundaria se siguieron dándolas fracturas, ¡Pero cómo!, si ya no tenía la pierna derecha; y es que mi enfermedad también había afectado la parte superior de mi brazo derecho, donde también tuve tres fracturas, a los catorce, dieciséis y diecisiete años.
A pesar de estos retrasos termine la secundaria, sin perderme uno solo bailetón y camuflando los tragos en la basta del pantalón de aquella pierna que me faltaba.
Recuerdo que en el viaje de promoción me emocionó tanto el escalar, llegar a la cumbre de Pastoruri y deslizarme del nevado hacia la falda del mismo y, recién abajo recordé a mis queridas compañeras de travesías, mis muletas, a quienes había dejado en la cima. Al cumplir los dieciocho años tuve el regalo más raro pero importantísimo, mi pierna ortopédica, la cual se mostró al público junto con las palabras de mi padre, que fueron compradas con el dinero de su jubilación. Aprendí a dominarla en tres meses, en cinco ya era mas fácil con pasos de baile y todo, por consiguiente dejé a mis muletas descansar un tiempo.
Termino el año 98 y con ella mis estudios secundarios; en el verano del 99 tenía algo pendiente conmigo mismo aprender a nadar, ese verano fue inolvidable ya que quizás fue el ultimo que mas goce en mi etapa de adolescencia; aprendí a nadar en dos semanas, jugué oficialmente para la selección de discapacitados del distrito de Surquillo con la cual salimos campeones a nivel de Lima Metropolitana.
Pero al igual que las diversiones llegaron nuevos retos y responsabilidades, había tenido a mi madre siempre a mi lado y yo no quería ser una carga para ella, quería valerme por mi mismo, tener una profesión y que ella se sintiera orgullosa de mi, pensaba siempre como me vería de aquí a diez años y no quería que mi mamá sufriera por mí.
Estudié la carrera de Computación e Informática, mi capacidad intelectual me permitió obtener el segundo lugar en un concurso que organizó el Instituto en donde estudiaba, lo que me permitió un contrato de tres meses en la Universidad Nacional Federico Villareal como asistente de laboratorio de cómputo. Tenía 21 años, trabajaba en las mañanas y por las noches estudiaba, me encontraba ya en el sexto ciclo y no saben la alegría que me dio, ganar mi propio dinero en un trabajo donde me gustaba lo que hacía. Culminé la carrera titulándome como técnico profesional en Computación e Informática. Este título me abrió más puertas. Fui enriqueciéndome más en mi experiencia laboral con el transcurrir de los años. En ningún momento sentí que mi discapacidad podría detener mis deseos de superación, pero como técnico me sentía limitado y por eso decidí continuar mis estudios en la universidad en la carrera de Ingeniería de Sistemas.
Con la experiencia laboral adquirida más los estudios superiores pude postular a las dos vacantes que se presentaron para la Dirección de Informática y Sistemas del Ministerio de Agricultura en noviembre del 2005 en la cual me encuentro laborando actualmente. En estos 6 años he ido escalando profesionalmente, en la actualidad ocupo el cargo de Analista de Sistemas. Pero no todo fue felicidad, cuando todo marchaba muy bien, mi enfermedad volvió a darme otra sorpresa como para no olvidarme de ella, debía volver a ser intervenido quirúrgicamente, esta vez en el cráneo porque mi enfermedad había vuelto a aparecer, y era un caso raro. Otra vez llegaron las preocupaciones, el ver a mi madre angustiada puesto que años atrás ya había sufrido la partida de mi querido hermano Miguel Ángel.
La pérdida de mi hermano no había cerrado en su alma y yo no quería provocarle otra herida más que tardaría en cerrar o tal vez no cerraría nunca.
Las operaciones en el cráneo fueron tres, y con ellas sume un total de doce intervenciones a lo largo de toda mi vida, estas últimas tres fueron de alto riesgo, de las cuales salí airoso pero con 1/8 menos de cavidad craneal, sentí miedo de poder perder mis funciones motoras, como mi capacidad intelectual, así como también el no poder volver a despertar pero por bendiciones de la vida no hubieron complicaciones, ni secuelas; sentí como si hubiese vuelto a nacer, mis ánimos de seguir trabajando y lograr más cosas eran más elevados que antes.
En esta última estadía en el hospital, quien iba a imaginar que encontraría el verdadero amor, quien pensaría que del staff de enfermeras que laboran ahí, había una reservada para mí. Ella se enamoro de mi, tal cual como soy con mis defectos y virtudes entre vendas, curaciones, algodones y jeringas, ella me cuidaba cuando dormía por las noches. Ella hoy en día es mi esposa y madre de mi hijito al cual le puse el nombre de mi ausente hermano Miguel Ángel.
Hoy tengo una familia completa, amo a mi esposa Jessica y a mi hijito Miguel Ángel, agradezco a Dios por haberme dado unos padres ejemplares que siempre me apoyaron y confiaron en mí, a mis hermanos y a todas las personas que en cada etapa de mi vida me ayudaron a salir adelante.
He tenido una niñez muy hermosa con bellos recuerdos, una adolescencia alocada como cualquier jovencito y siento que todo lo que me ha tocado vivir, ha hecho que vea la vida de otra perspectiva, se que siempre habrá una salida ante un problema o una adversidad, que en cada amanecer hay una esperanza, un motivo por el cual estamos en este mundo y por lo tanto debemos vivir al máximo; por mi fe, sé que mi vida no termina en este mundo, que hay un ser supremo que me ha dado la vida y las fuerzas para poder afrontar cada obstáculo de mi vida.
Siento alegría de saber que en cada letra que plasmo no hay rencor, que mi enfermedad es un buen amigo con quien aprendí a lidiar y crecer, que me hizo fuerte, y quiero que las personas que se encuentran en mi condición sepan que ninguna enfermedad es impedimento para seguir adelante y ser feliz.
TESTIMONIO DE VIDA por JOSE FREDDI HERRERA MENDOZA