“-La escena fue una Kumbha Mela en Allahabad -dijo Lahiri Mahasaya a sus discípulos-
. Yo me encontraba allí disfrutando de unas breves vacaciones de mis deberes en la oficina. Mientras me encontraba vagando por entre la multitud de monjes y sadhus que habían venido desde muy lejos para asistir al sagrado festival, noté a un asceta, untado de cenizas, que sostenía un cuenco de mendigo. En mi mente apareció el pensamiento de que el tal hombre era un hipócrita, ya que usaba los símbolos exteriores de la renunciación sin una gracia interior correspondiente.
“No bien había dejado atrás al asceta, cuando mis asombrados ojos se fijaron en Babaji.
Se encontraba arrodillado frete a un anacoreta de ensortijados cabellos.
“-¡Guruji! -exclamé, apresurándome a acudir a su lado-. ¡Señor! ¿Qué hacéis aquí?
“-Estoy lavando los pies de éste, que ha renunciado a todo; luego, lavaré sus utensilios de cocina. -Babaji se sonrió como un niño; yo sabía que lo que él quería decirme era que yo no debía criticar nunca a nadie, sino ver siempre al Señor residiendo en todos los hombres, en el templo del cuerpo de cada uno de ellos, ya se tratase de superiores o de inferiores. El gran gurú añadió-: Sirviendo a los sadhus ignorantes, tanto como a los sabios, aprendo las mayores virtudes, la mayor de todas y la que más agrada a Dios: la Humildad.
Paramahamsa Yogananda, AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI
Autobiography of a Yogi (1946)
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